domingo, 21 de febrero de 2010

EL BASTARDO. Clementina Gonzalez

De hinojos ante el Cristo Moribundo
de la severa y lóbrega capilla,
un Fraile está. En su actitud revela
dolor profundo, tristes sus pupilas
clava dolientes en la Santa imagen
y las lágrimas surcan sus mejillas.
No es un anciano, no, que sus cabellos
son negros y lustrosos como endrina
y en su pálido rostro se refleja
su juventud por el dolor marchita.
En el mirar sin brillo de sus ojos
sobre su frente pensativa y lívida
en sus exangües y marchitos labios
en sus mejillas pálidas y hundidas,
la cruel enfermedad que le devora
ha dejado sus huellas bien precisas.
Alza el fraile sus manos suplicantes
y su lúgubre voz, en la capilla
suena solemne como si turbara
el sepulcral silencio de una cripta.
"Señor, voy a morir, bien lo comprendo,
mi corazón es fiel y ya me avisa
que la dolencia que tenaz le oprime
termina su labor cruel y homicida"
"Voy a morir Señor y no has querido
que el anhelo más grande de mi vida
mirara realizado, Tú lo mandas,
!Cúmplase pues tu voluntad divina¡"

"Bien lo sabes Señor, pobre bastardo
no disfruté jamás la inmensa dicha
de conocer los adorados rostros
de los seres que diéranme la vida.
Crecí débil, enfermo y solitario
hambriento del amor y las caricias
de una madre solícita y amante
que consolara mis amargas cuitas.
Cuantas veces sintiendo las angustias
de este mal que me agobia y me asesina,
te he invocado pidiéndote a mi madre
para que en sus brazos, exhalar la vida.
Y para consolar mis sufrimientos
he besado con fruición y con delicia
esta medalla que desde pequeño
he llevado en el cuello suspendida,
Talisman misterioso que que revela
un nomb re nada más: María Cristina.

En mi juventud
vinieron ilusiones y alegrías...
vino el amor y amé con amor casto
a una mujer que un angel parecía.
Y fué ese amor alivio de mis males
y oásis del desierto de mi vida,
pero la mujer que yo adoraba
hija fué de aristocrática familia,
que henchida de prejuicios y de orgullo
al saber que yo amaba a aquella niña
rechazó con horror al vil bastardo
y muy lejos lleváronse al alma mía.

Y fué entonces que lleno de amargura
desengañado al ver tanta injusticia
en tus brazos Señor busqué refugio
y olvidando del mundo las mentiras,
ante el altar juré ser siervo tuyo
y consagrarte la existencia mía.
Más arrancar de mi alma no he podido
la tenaz obsesión, la ilusión viva
de estrechar algún día entre mis brazos
a la mujer que diérame la vida.
Hoy, que la muerte con gigantes pasos
a mí se acerca, pienso en mi agonía,
que mi vida se acaba y que no pude
ver realizada mi ilusión dulcísima,
!Señor así lo mandas y lo quieres
cúmplase pues tu voluntad divina¡

Calló el fraile, y del recinto santo
el solemne silencio interrumpía
los amargos sollozos que convulso
su enflaquecido cuerpo estremecía.
Incorporose luego y enjugando
las lágrimas que el rostro le cubrían
mira la imagen y pausadamente
hacia el templo sus pasos encamina.

Allí observa que llega presurosa
una dama que pronto se arrodilla
en el confesionario donde busca
el sacramento que de manchas limpia.
Bajo el tupido manto pueden verse
los oscuros cabellos donde brillan
algunas hebras de brillante plata
sobre la hermosa frente alabastrina.
-Padre mío, con voz doliente y dulce
dice la dama. Vengo arrepentida
a contaros mi historia y a pediros
consuelo y piedad a mi honda cuita.
Muy joven era yo, muy inocente,
cuando por vez primera mi alma tímida
sintió de amor la abrazadora llama
y en un hombre cifré toda mi dicha;
pero aquel hombre, comprendiendo acaso
mi inocencia y mi amor, con gran perfidia
ultrajó de mi cuerpo la pureza
y sin tener en cuenta mi desdicha
muy lejos de mí huyó, dejando mi alma
en la vergüenza y el dolor sumida.
Muy pronto comprendí que iba a ser madre
y loca de terror un día
de mi padre a los pies me eché llorando
y confesé toda mi desdicha.
Aún me parece ver aquella escena
mi padre ciego de vergüenza y de ira
me increpó duramente, aún escucho
sus terribles palabras: ah maldita
que has manchado mis canas y mi nombre
yo te haré expiar tu falta en demasía.
Poco después en una horrible noche
de dolor y de angustia, dí la vida
a un pobre niño a quien apenas pude
en el rostro besar,pues enseguida
por expreso mandato de mi padre
de mi seno, arrancáronlo con ira...
Pero antes de perderlo para siempre
le coloqué en la blanca gargantita
una medalla en que grabado estaba,
mi nombre nada más "María Cristina"

Un grito agudo conmovió las naves,
y vió la penitente estremecida,
erguirse al fraile, lívido el semblante
desmesuradamente abiertas las pupilas,
hacia ella extender las blancas manos
cual si tratara con agustia asirla,
luego en sus brazos cayó y en el instante
expiró murmurando: !Madre Mía¡

1 comentario: