domingo, 21 de marzo de 2010

Poema Ebriedad De Dios. Luis Armenta Malpica


Luis Armenta Malpica.Escritor mexicano.Nació en la ciudad de México en 1961 pero radica en Guadalajara, Jalisco desde 1975. Ha ganado diversos reconocimientos nacionales e internacionales en poesía, cuento y novela Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía de Nayarit (1994) y el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura (1996). Director de Mantis editores. Ganador de casi cuarenta reconocimientos nacionales e internacionales en poesía, cuento y novela, entre los que destacan los premios “Clemencia Isaura”, “Efraín Huerta”, “Ramón López Velarde”, “Alí Chumacero”, “Benemérito de América”, “Amado Nervo” e iberoamericano de poesía “Continentes”. Expremio de poesía Aguascalientes, en 1996. Autor de 12 poemarios publicados: Voluntad de la luz, Cantara, Terramar, Des(as)cendencia, Vino de mujer, Nombradía _desde el hielo anterior, Ebriedad de Dios, Luz de los otros, Ciertos milagros laicos, La pureza inaugural, Mundo Nuevo, mar siguiente y Sangrial. Traductor de Éric Roberge, Dominique Lauzon, Élise Turcotte, Jean-Marc Desgent y André Roy. Su trabajo narrativo, poético y de ensayo aparece en diversas antologías (en inglés, francés, italiano, ruso y español) de México, EU, Italia, Rusia, Argentina y Chile.



Poema Ebriedad de Dios (3)

Jamás voy sola a misa;
me llevo los pecados de mi esposo
y su esposa, uno o dos
de mis hijas, alguno de mi hermano
todos los de mi madre…
hasta llenar el bolso que hace juego conmigo.

Y Dios, distante y sin moverse
parece consternado ante mis confesiones.

Rezo en latín -como hacen las mujeres pecadoras-
y en español castizo, un sacerdote
(sin mirarme a los ojos)
me da por penitencia un par de aves marías
que lanzo, pronta, al vuelo.

En casa
sin bolso ni tacones
me sirvo alguna copa de aguardiente
y observo largo rato un crucifijo.

Y sé que a Dios tampoco le hace gracia
el que vivamos juntos.

(Este poema obtuvo el primer lugar de los Juegos Florales Nacionales de Santiago Ixcuintla, Nayarit, en 1997).


Poema Ebriedad De Dios (1)
de Luis Armenta Malpica

Uno vuelve, siempre, a los viejos sitios
donde amó la vida.
César Icella

Esa tristeza lenta del recuerdo
se nos va desdoblando por la cara.
Y en lugar de los ojos
se humedecen dos profundas hogueras
en donde alguna vez frotamos nuestras manos
con las de un ser querido.

Entonces el amor era un barril de pólvora.
Una mecha muy corta nos unía.

Nuestra casa era un papel periódico
con un asombro nuevo en las noticias.
Pero llegó la lluvia y sus relámpagos.
Las hojas de la casa no fueron suficientes para formar un barco
que nos sacara a flote.
Intenté resistir escribiendo en las hojas nuestra casa quemada.
Naufragué por mis dedos.

Luego encontré en el vino las múltiples razones
para escapar de todo:
de mi madre y mis hijas, de ti
mi propia sombra.
Era increíble ver que en un vaso cupieran
la luz que yo buscaba, y el fondo
inacabable
de lo que yo no quise.
Me alejé de la lumbre
para hallar en los hielos que enfriaban mis angustias
un barrio conocido.

Allí, dueña de las paredes, las sábanas del vino me negaban los cláxones
el timbre del teléfono
el puño que golpeaba mi nombre por la puerta:
el contacto caliente con el piso.

Yo solo pedía tiempo, no a Dios.
Le pedí alguna calle, otra lepra en un vaso
otra memoria.

Me fui acabando entera
sin terminar el vaso ¾tan lleno¾ de mi vida.
Lenta, en verdad, la vida
a pesar del galope del inicio.

Apuro lo que bebo
y no se acaba
al contrario: es más lo que me culpa.
Cada uno se despide del mundo
como puede…
Yo pretendo el sigilo, para no avergonzarme
de no enfrentar los ojos de los tantos que me aman.

El vino es otra herida
inflamatoria
para que el hombre sepa de la muerte.

Sin embargo, cuando empiezo a morirme
Dios hace mucho ruido
y me despierta.
Y en lugar de ir a la cocina por un vaso
voy a la habitación de mis tres hijas, para mirar si duermen…
y besarlas, si puedo.


Poema Ebriedad De Dios (2)
de Luis Armenta Malpica

De niña me enseñaron que yo era una manzana
y el hombre era el cuchillo.
Las mujeres teníamos que lograr que nos pelaran
se hundieran hasta el mango en nuestra carne
y le dieran salida a las semillas.

Ya en espiral
-con nuestra piel deforme, oscura por el tiempo-
el amor podía ser algún mordisco
un apretar los dientes
y ser mujer
callando…

Pero yo no callaba… me decía en los poemas.

A golpes -como aprendió su madre-
fue lección de mi madre: la cocina es el mundo
de la mujer que calla.
Entre especias, vinagres y embutidos
esa dulce manzana de mi vida se llenó de gusanos.

No callaba: mis hijas me costaron, cuando menos, un grito.
El amor, esa lata carísima
se quedó en la alacena.
Un día, por buscarle acomodo al aguardiente
lo tiré a la basura.

Sé lo que hacen los lazos en todas las mujeres
aunque sean familiares.
Al encender el horno (¡ay, Sylvia Plath, te envidio!)
al picar la cebolla
lo recuerdo…
Las profundas estrías de la garganta
son mi paso de Dios
a la intemperie.

Perdí mi casa
cuando llegó el alcohol como el mesías.
Después perdí a mis hijas, una a una.
Pero rezaba, así, como callando: «Señor, esta es tu sangre…»

Tu madre se nos muere
les digo a mis tres hijas, luego de cada sorbo.
Ellas tan solo lloran, muy quedito
como diciendo: ¿cuándo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario